Presentamos el blog

Presentamos el blog

Un grupo de profesores y profesoras muy próximos a la Biblioteca tomamos la iniciativa de confeccionar este blog que se presenta con la finalidad de compartir experiencias en torno a la lectura. Es intención de los creadores de este blog que sea abierto a toda la Comunidad Educativa, tanto en la confección de las entradas como en los comentarios que puedan hacerse sobre los temas que se traten. Os invitamos a participar y convertiros en sus protagonistas.

miércoles, 27 de enero de 2021

PREMIADOS EN EL XXX CERTAMEN LITERARIO DEL IES ALJADA

 Después de una intensa deliberación entre los miembros del jurado, anunciamos que han resultado premiados en el XXX Certamen Literario del IES Aljada los siguientes alumnos y alumnas:

En la categoría A el jurado del Certamen ha decidido incluir a los participantes de 3º de ESO para evitar que uno de los premios de esta categoría quedara desierto y que un trabajo que consideramos de gran calidad quedara sin premiar. 

CATEGORÍA A:

PRIMER PREMIO: ESTHER WHITE EYENIYAN, de 3º ESO F

ACCÉSIT: SOFÍA SOLER ROSA, de 1º ESO BI


CATEGORÍA B:

PRIMER PREMIO: PALOMA GARCÍA MONTOYA, de 2º de Bachillerato B

ACCÈSIT: AURORA ALBARRACÍN ABELLÁN, de 2º de Bachillerato B

2º ACCÉSIT: VÍCTOR MADRID ALARCÓN, de 1º de Bachillerato D


¡ENHORABUENA A TODOS LOS PREMIADOS! 

Las profesoras de Lengua y Literatura del IES Aljada felicitamos a los escritores premiados, que nos habéis emocionado y ALEGRADO con relatos literarios bellos y sugerentes, y a todos los participantes en el certamen por el interés demostrado y la calidad y calidez de vuestros textos. Os animamos a que sigáis disfrutando de la escritura y a participar en las próximas convocatorias de nuestro certamen, que volverá puntualmente cada curso con el invierno. 

Publicamos los textos premiados a continuación para que todo el mundo pueda disfrutar con ellos. 

¡ALEGRE LECTURA A TODOS!


 CATEGORÍA A:

PRIMER PREMIO: ESTHER WHITE EYENIYAN, de 3º ESO F

Asomaba su pequeña cabecita, pelo color amarillo huevo, de ese pequeño agujero. Me sobresalté, sentí la corriente que no solía frecuentar. Sonreí. Ella estaba atascada en el agujero. Después de horas atascada, volvió a meter su cabeza. Relajé mis facciones y le dije adiós a mi amiga. Mientras volvía a casa, pregunté, ¿Por qué no salió por completo? ¿Por qué no duró más estando afuera?

Días después, se dignó a intentar salir de su captura, otra vez. Como siempre, empezó por su cabecita. Provocó una pequeña risita en mí. Esta vez llegó a sacar un brazo completo, causando así una subida de buen humor en mi ser. Me dijeron que me tranquilizara, ella se asustó y se escondió. Me callé, no volví a hablar en todo el tiempo que quedaba de la clase.

Sus intentos de salir no cesaron, pero ninguno obtuvo resultados. Me alerté cuando después de un largo periodo de tiempo no volvió a intentar liberarse. Busqué ayuda en internet, desde los consejos más comunes a tutoriales detallados de cómo manifestar lo necesitado. Escogí unos cuantos y los fui probando uno por uno. Solo provocaban que ella se alertara o simplemente volviera a intentar salir, pero como siempre quedando a medias. Eran resultados poco duraderos, como diría yo, superficiales. 

Días después, recordé haber rechazado un consejo porque implicaba mucho tiempo. Empecé a aplicarlo, “poco a poco es mejor que nada”, pensé diariamente. Me acerqué al espejo, recité unas pocas afirmaciones mientras me señalaba: "Eres inteligente, eres válida y valiosa, vales la pena, puedes cometer errores..." Después me sonreía, me decía guapa, me lanzaba un beso y salía del aseo.

También empecé no solo a aceptar críticas constructivas, sino a formar las mías propias y ayudarme. La lectura frecuente era mi pilar fundamental. Aumenté mi nivel de paciencia y compresión. Creé y seguí mi horario de estudios. Y por último, aunque no menos importante, perdoné. Poco a poco, pero lo hice. 

Todo este tiempo, me di cuenta de que ella estaba atascada. Llevaba semanas con un brazo, un pie y la cabeza salida. Mientras más practicaba mi proceso, más escurridiza se hacía. 

Te amo, estoy muy orgullosa de ti. Un año después, esas fueron las palabras que salieron de mi boca al final de mi graduación. Mi semblante enloqueció a mi favor. Una sonrisa amplia salió de mí. Grité junto a todos mis compañeros. La sentí, ella salió por fin. Después de tanto trabajo, resultado de un gran esfuerzo por mi parte en los estudios, fruto de amor propio... Mi pequeña alegría salió, salió de su globo envolvente que la opacaba. Era alegre.





ACCÉSIT: SOFÍA SOLER ROSA, de 1º ESO BI

La alegría

 

La alegría, esa emoción tan agradable que sentimos cuando algo nos sale tal como esperábamos, o simplemente cuando alguien a quien queremos nos abraza o pasa tiempo con nosotros, la alegría es un sentimiento que sienten millones de personas, una de las pocas cosas que el mundo entero tenemos en común. Cada persona puede encontrar la alegría en situaciones diferentes, puede que alguien encuentre la alegría comiendo su comida favorita y otra puede que la encuentre pintando un cuadro en una playa. Yo encuentro la alegría en poder dar un paseo viendo el atardecer con mi familia, pasando un rato jugando con mis mascotas o escuchando música en mi habitación. La alegría es subjetiva, por eso me parece una emoción tan mágica.

He preguntado a algunos miembros de mi familia dónde encuentran ellos la alegría y estas han sido sus respuestas:

Mi madre siente la alegría en las cosas sencillas, viendo el amanecer cada día al despertar, hablando con mi padre, cuando hace deporte, y dice que lo que más felicidad le produce es cuando mi hermana y yo estamos contentas y nos divertimos.

Mi padre dice que el siente alegría cuando nos oye reír a mi hermana y a mí, cuando hace bien las tareas en su trabajo, cuando saca buenas notas en los cursos, cuando lee un libro que le gusta…

Mi abuelo encuentra la alegría cuando ayuda a los demás, ayudando a sus hijos, a sus amigos, a sus hermanos, a sus nietas…

Mi hermana es alegría en sí, siempre está alegre y desprende alegría a todos la que la rodean, pero ella encuentra la alegría jugando con sus amigas, conmigo y estando con la familia.

También hay disciplinas que nos hacen sentir alegres, como la música y el baile.

Creo que debemos sentir alegría por las cosas que nos sucedan a nosotros, pero también por las cosas que les ocurran a los demás. Es muy importante alegrarnos por los logros de otras personas, como nuestros amigos, familia, conocidos…, porque si nos sentimos bien por los demás también podremos sentirnos bien con nosotros mismos y con lo que tenemos. Como siempre dice mi abuelo, debes ser generoso, no tener envidia y alegrarte por los demás; estoy segura de que es totalmente cierto: si todos lográramos cumplir esta regla de tres, el mundo rebosaría de alegría.

Siempre dicen que hay que reciclar, no contaminar las aguas ni el aire, etc., para hacer del mundo un lugar mejor, que es cierto, pero si al menos cada uno de nosotros consiguiéramos seguir las tres normas que he citado antes, también podríamos hacer un mundo y una convivencia mejor.




CATEGORÍA B:


PRIMER PREMIO: PALOMA GARCÍA MONTOYA, de 2º de Bachillerato B


La frigidez del reloj de arena

Las olas esparcen con vivacidad su espuma entre las rocas, rompiéndose en millones de partículas y estableciendo un símil con el órgano palpitante del anciano que contempla semejante espectáculo. Sumido en un estado de embriaguez emocional, se balancea al compás de la banda sonora marítima que acaricia sus tímpanos, a la vez que el olor a sal abraza el ambiente. No obstante, el rosáceo resplandor acuático tiñe de melancolía el entorno, ya que refleja la vespertina batalla en la que los rayos solares luchan hasta desangrarse contra la lobreguez nocturna. Esta fugacidad aplasta las emociones del hombre hasta hacerlas temblar, dado que le resulta abrumador tratar de capturar en su retina la unicidad de un momento que se desliza entre sus pestañas, extinguiéndose eternamente. Ni siquiera le es reconfortante el hecho de que el cielo representará otra función artística al día siguiente, pues el atardecer se mece en el constante dinamismo alterativo del universo. Y es que, ante los ojos de un espectador comprometido a observar en vez de a pasear su mirada sin intención ni ilusión, el fugitivo devenir de la naturaleza es una belleza tan sublime como letal.

A los pies del faro donde el alma del anciano se desgarra paulatinamente, una pequeña cala costera se une a la representación de fenómenos devastadores. La orilla arrastra hasta las profundidades las huellas que intentan tatuarse de manera sempiterna en la arena, revolcándose con desesperación. Indiferentemente del destinatario o la magnitud de las pisadas, ninguna posee tanta relevancia como para que este apocalipsis marítimo no las arrastre hasta la profundidad del olvido.

-Vivir se transforma en sinónimo de esfumarse- susurran con afligida convicción los agrietados labios del señor.

Sus exhaustas piernas se disponen a perpetrar el interior de la estancia cuando, súbitamente, el latido de su corazón se desboca, desatando una serie de temblores en el entumecido cuerpo, como si este no fuera más que un jinete que intenta galopar a la ansiedad, a pesar de haber perdido los estribos mucho antes de emprender la marcha. Preso de la incertidumbre, el hombre mira con desesperación a su alrededor, tratando de descifrar el motivo por el cual su ritmo cardiaco parece haberse batido en una competición contra el terremoto chileno de 1960 que tan vívidamente recuerda, dada su sísmica intensidad. Apenas unas milésimas de segundo le son necesarias para advertir qué es lo que le ha hecho perder el control o, más concretamente, quién.

Con la limitada rapidez que su decrépito aparato locomotor le permite, el anciano llega entre trompicones a la orilla, ansioso por descubrir si aquel atisbo de vida humana que le pareció vislumbrar era, en efecto, real. Pero, al cerciorase de ello, una abrumadora y nunca antes experimentada sensación de temor le invade las entrañas. Aquella náufraga es lo opuesto de todo cuanto ha conocido a lo largo de su eterna vida, no solo por el hecho de haberle arrancado su doliente soledad de cuajo, sino por la humilde superioridad que esta le transmite. Sus ensortijados cabellos abrazan la arena cariñosamente con sus rizos, tan rubios que uno podría alegar que se trata de rebeldes rayos solares que se han escapado de la atmósfera; y sus brillantes pestañas descansan dócilmente sobre los párpados, los cuales duermen con la profundidad propia de aquel cuya falta de preocupaciones le otorga una dulce ligereza a su mente. Sin embargo, lo que realmente logra sacudir el remolino negro del pecho del hombre es la colorida viveza de sus mejillas, el fuego anímico que desprende su rostro. A pesar de su pequeño tamaño, el aura de luminosidad que la niña irradia empequeñece al señor, agrandando su vulnerabilidad. La búsqueda de una definición que englobe la razón por la que el corazón del hombre se ha encogido es una tarea que no le está resultando fructífera, pero finalmente una estrella fugaz en forma de la palabra “sencillez” surca su galaxia de pensamientos. Es justo su candidez, su serenidad teñida de inocencia, lo que paradójicamente agita el estado anímico del anciano espectador. O, al menos, aquella es la cavilación en la que este se encuentra sumido cuando advierte que unas brillantes pupilas le observan con curiosidad. La pequeña ha despertado, y sus ojos, cuyo radiante color le es desconocido, le reciben con amabilidad. Es entonces cuando el hombre logra al fin comprender por qué su alma lucha por desatar el nudo de su garganta, suplicando huir y refugiarse en aquellos delgados bracitos. La niña de esperanzados ojos verdes es la alegría en su más puro estado, y ese contraste ha roto con las espinas de la insipidez emocional en las que él se restriega cada día, clavándose su dolor como castigo por el infame e inhumano trabajo al que lleva sometido millones de años.

-¿Nos ponemos en marcha o qué, Cronos?- comenta la niña con un cierto matiz de diversión-. No te veía una persona muy propensa a malgastar el tiempo.

-Alaia, lamento mis modales, pero considero que tu visita es ciertamente contraproducente. Sabes lo peligroso que es que dos antítesis sentimentales se relacionen.

-Tranquilo, no es mi intención alterar tu naturaleza, soy la Alegría, no mi amiga Valentía. Entiendo que te muestres reticente dado el antagonismo que siempre nos ha caracterizado, pero la situación se está volviendo insostenible. Últimamente, cada vez que intento trepar por las pronunciadas ojeras de una persona para tratar de tatuarle mi esencia, ríos de tristeza me arrastran, y sé que tu recuerdo se encuentra en cada una de estas lágrimas. Denomínalo afán de protagonismo, pero sé que mi presencia es de especial importancia y, por mucho que me cueste admitir mi creciente similitud con Otelo, mis celos hacia ti me preocupan.

-Aún quedan 143 minutos y 28 segundos para que la luna haga acto de presencia, supongo que podemos debatir un rato- cede el hombre.

Ambos emprenden la marcha hacia el faro y, una vez llegan a su destino, Cronos se acerca por inercia al centro de la estancia. Con cada exhausto paso que da, nota con antelación el helor de la superficie de cristal del objeto que le aguarda desafiante en la mesa, pero la gélida impasibilidad del reloj de arena jamás cesará de sorprenderle. Sus diminutos granos se precipitan con vertiginosa velocidad, mientras que el sincronizado tictac de los otros 365 relojes del faro retumba con exasperación por sus paredes, creando un eco que erradica por completo el silencio.

-Me gustaría pararlo todo- susurra el anciano-. Cada vez que un segundo se extingue, pienso que mis tímpanos no podrán retener ni un solo tictac más, pero entonces llega el siguiente, y con él millones más. Sin embargo, lo más difícil no es observar los granos que se escurren entre el vidrio del reloj, sino contemplarlos reducirse a meras cenizas sabiendo que jamás entenderán que el culpable de su muerte no es más que un lánguido esclavo de la prisión que supone desterrar al olvido millones de vidas, siendo él incapaz de abandonar su recuerdo cada vez que la aguja avanza. 

-No se puede odiar al tiempo, sino a la ausencia de este, Cronos. La principal razón por la que suelo ser expulsada de los cuerpos que intento habitar es la percatación de que la Muerte y tú les habéis dejado una vida de ventaja, pero que esta puede llegar a su fin en breves.

Conforme la conversación se desarrolla, la marea aumenta hasta el punto de que una enorme oleada, la segunda en unos pocos meses, tambalea los cimientos del edificio, contribuyendo a que varios centenares de granos de arena se precipiten al vacío. Cronos gesticula, indicándole a la niña que le acompañe hacia la playa de nuevo, lejos de aquel fúnebre entorno.

-Relátame tus peripecias más recientes- implora el anciano con frenética impaciencia, deseando ser distraído del hecho de que cientos de vidas se han desplomado en cuestión de segundos.

-Hoy provoqué las primeras carcajadas de un bebé. Sus padres me suplicaron que expandiera ese dulce momento un rato más, pero ya sabes que no es propio de un recién nacido pasar mucho tiempo sin romper en un ensordecedor llanto, por lo que tuve que marcharme pronto. Después, me

paseé por los territorios fronterizos para animar a los temblorosos cuerpos que pisaban por vez primera un país que les acogerá con tirante hostilidad. Continué mi jornada colándome en las horas de visita de varios hospitales, para que los pacientes recibieran a su familiares con animadas fuerzas. Aquel es probablemente el sitio donde más se requiere de mi presencia últimamente, pero también tuve que hacer varias paradas en los domicilios donde la Soledad hunde las almas de sus ancianos inquilinos- Alaia hace una dubitativa pausa antes de retomar el habla-. Fue después de observar por cuadragésima vez las fotos de la cartera de María José, una nonagenaria que lleva meses sin ver a sus nietos, cuando se me ocurrió visitarte.

-¿No te entristece saber que todo tu trabajo se esfuma por culpa del mío? ¿Que la alegría que impregnas en la piel de aquellos a los que visitas no es más que un tatuaje temporal que se deshace al son del tictac de mis relojes?

-Aquello que es especial no puede perdurar para siempre, Cronos, pero su recuerdo sí. Mi trabajo consiste en hacer que aquellos momentos persistan en la memoria de quienes lo aprecian lo suficiente, porque bien sabes que es inevitable que la aguja arrastre la existencia hasta deshacerla. El tuyo, por otra parte, permite que todos los sentimientos participemos, en un determinado marco cronológico, en este cúmulo de momentos que componen lo que conocemos como vida.

- ¿Por qué no soy capaz entonces de sacudirme esta sensación de culpabilidad que me contrae el alma?- pregunta el anciano.

-Porque arrebatarle la posibilidad de un futuro a aquel que no está aprovechando su presente es cruelmente difícil. Son precisamente esas personas las que más reclaman mi ayuda, pero ni siquiera se dignan a abrirme la puerta. Tal es su confianza en que tú estarás siempre de su parte que de sus labios solo brotan excusas, cuyo repertorio incluye “ya lo haré luego” o “tengo tiempo”. Tú les das la oportunidad de empaparse de la maestría literaria de los clásicos, de perderse por recónditos escondrijos, de refugiarse mil veces en los brazos de sus seres queridos, pero no todos recaen en la fugacidad de tu propuesta. La Muerte está tomando cartas en el asunto este año, pero, como habrás podido advertir, sus métodos se están tornando demasiado… apocalípticos. Quizá mi próxima conversación sea con ella- responde la Alegría.

Cronos suspira, exhalando su preocupación hacia el exterior, con la esperanza de que esta no vuelva a instalarse en su pecho. Simultáneamente, las primeras estrellas comienzan a brillar en el firmamento, y una de ellas se despega de la galaxia, paseándose con elegancia por el firmamento.

-Mira, Alaia- susurra el hombre, sin recibir respuesta alguna.

Sorprendido, busca con la mirada a la niña, confiando en que los rayos lunares aporten la iluminación necesaria para encontrarla. No obstante, al enfocar sus ojos en la orilla, el anciano solo ve un único rastro de pisadas. Las huellas de la niña ya han sido arrastradas hasta la profundidad del océano, puesto que, frente a la inmortalidad del tiempo, la Alegría es tan bella como efímera.




ACCÈSIT: AURORA ALBARRACÍN ABELLÁN, 

  1. El prado de la alegría.

No tardé mucho en darme cuenta de que algo estaba ocurriendo. Los reflejos de luz filtrados por las ramas y hojas eran cada vez más tenues, el verde de los árboles había perdido intensidad y el constante repiqueteo del agua fluyendo por el río se escuchaba cada vez más en la distancia, oculto por constantes ráfagas de viento, completamente inéditas en mi entorno. La situación se había vuelto definitivamente insostenible, y hastiada de luchar contra el viento, caminar a oscuras y observar cómo la flora y fauna de mi alrededor se debilitaba poco a poco, decidí buscar ayuda. Acostumbro a vivir sola, al igual que mis coterráneos, pues nuestros caracteres son tan fuertes, que la convivencia resulta sencillamente imposible. Cada uno tiene su entorno creado incluso por ellos mismos, en los que disfrutan una vida sosegada. En mi caso, Alegría es la que se encuentra más próxima. Siguiendo un cómodo sendero por el bosque se llega a su prado, por lo que me pareció la mejor opción a recurrir.

Emprendiendo el camino, recordé cuánto hacía que no recorría esta senda, pues, a pesar de que la convivencia no era muy dada entre nosotros, siempre había disfrutado de la compañía de Alegría. He de admitir que hacía mucho que no la visitaba. Quizás por ello la travesía se me hizo tan corta, pues a pesar de la situación tan tétrica que estaba pasando el bosque, este seguía maravillando a los transeúntes. Al llegar al prado, un suspiro de conmoción me invadió. Aquello no estaba como lo recordaba. Los árboles habían perdido prácticamente sus hojas; el río, que se ensanchaba en el prado y saltaba flamante de cascada en cascada, se encontraba seco y apático; el cantar de los pájaros era inexistente; las flores, marchitas y tristes, clamaban auxilio; y… ella no estaba por ninguna parte.

Tras buscar en cada rincón del prado, di por cierto lo impensable. Se había marchado. Intrigada, me pregunté por la razón de su partida. Al fin y al cabo era Alegría, el entusiasmo, siempre colmada de optimismo e ilusión… Y vagando reflexiva de vuelta a mi bosque, caí en la razón por la que mi entorno también estaba comenzando a desmoronarse. Realmente, sí había encontrado parte de las respuestas que había ido a buscar, pues al estar nuestros hábitats conectados, estos siempre compartirán destino. Ipso facto paré en seco, y haciendo honor a la determinación que me caracteriza, recorrí el camino de vuelta al hogar de Alegría, y comencé con la búsqueda de su paradero.

  1. El pasaje del miedo.

Del prado se sale por otro sendero a través del bosque, el cual, no comparte similitudes con el que había recorrido para llegar hasta allí. Una vez que comienzas a vagar, los árboles se vuelven cada vez más rudos, sus troncos se enroscan y envejecen; el ambiente, lúgubre y sombrío, siempre está acompañado de una suave niebla, lo suficientemente fina como para ver el camino y lo suficientemente espesa como para esconder temibles fieras en su interior. El amable sonido del río, que te solía acompañar hasta aquí, se sustituye por los aullidos de los lobos, el crujir de las ramas y el revoloteo de los murciélagos, pues, aunque sea mediodía, el camino se encuentra en una perpetua e insistente oscuridad. Se trata del pasaje del miedo.

Siempre he mantenido una especial inquina hacia Miedo, pues representa absolutamente todo lo que yo detesto. El miedo nos hace odiar, matar, envidiar, e incluso enloquecer. El miedo ha sido el causante de todas las grandes desgracias de la humanidad; nos hace perder la fe, el afán de salir adelante, la confianza en que todo pueda salir bien. “El mundo sería mejor sin Miedo”, dije mientras recorría irritada el funesto camino. Al momento, se escuchó un grito de auxilio en la lejanía. Alarmada, comencé a analizar mi alrededor. Quizás alguien necesitase mi ayuda. También se escucharon unas carcajadas, lo que me hizo bajar de golpe a la realidad. “No es más que Miedo intentando ahuyentar a los transeúntes. Pero eso no va a ocurrir conmigo. Yo nunca tengo miedo”. Al fin y al cabo, es lo que consigues cuando entras en el pasaje del miedo: enfrentarte a todas tus pesadillas.

Comencé a reflexionar sobre mi bosque, sobre Alegría y sobre su marcha. Definitivamente, esa sería mi pesadilla: ver la destrucción de mi hogar, su muerte. Quizás ella no iba a volver, quizás nunca la encontrase, quizás yo no podía hacer nada. Todas mis creencias, toda mi ilusión se vino abajo. Hasta ahora, el optimismo había cegado mis ojos. Había salido en busca de alguien, sin premeditación. Sin tan siquiera ser consciente de lo que hacía. Ahora había empezado a tener miedo. Las preguntas comenzaban a agolparse en mi cabeza, a la misma vez que caminaba más y más rápido “¿Por qué no había pensado esto antes? ¿Qué voy a hacer ahora?...”. Y de repente, el camino se expandió en una gran planicie, con un hermoso lago al fondo. Mis preguntas fueron poco a poco diluyéndose, hasta dejar una curiosa incertidumbre. Seguía sin tener respuesta a todas esas preguntas, pero ahora, me encontraba tranquila para responderlas, y sabía que debía hacerlo. No quería continuar sin un plan y, aunque el miedo se había desvanecido, la duda seguía presente en mí. Qué habría sido de mí si aquellas preguntas no me hubiesen hecho dudar... Pues la falta de miedo me hubiese llevado a la imprudencia. Quizás el miedo no fuese tan malo, siempre y cuando tuviésemos el afán de superarlo.


 


  1. El lago de los reflejos.

Cuando por fin tuve tiempo de observar a mi alrededor, supe exactamente el lugar donde me encontraba, aunque nunca lo había visitado antes: el lago de los reflejos. Normalmente las emociones vienen al lago a desnudarse, a sumergirse en el agua y descansar de su papel, aunque solo sea por un corto periodo de tiempo. Aquí nunca hay nadie, así que no tienes que preocuparte de que alguien te vea fuera de tu sitio, fuera de tus convicciones. Ese absurdo miedo que todos tenemos de que alguien descubra qué hay en nuestro interior. Me pareció el sitio idóneo para encontrar a Alegría. Al fin y al cabo, es el lugar al que cualquier emoción iría si quisiera tomarse un descanso. Así, comencé mi sigilosa aproximación. No quería que se asustase al verme, y en el caso de que no fuese ella, no me apetecía invadir la privacidad de nadie. Cuando prácticamente había alcanzado la orilla, y me disponía a contemplar a lo lejos, escuché en la distancia unas voces que se acercaban y, apurada, me escondí entre unas plantas que se encontraban en la orilla.

Pude distinguir una pareja, y cuando se encontraban aún más cerca, ví claramente quienes eran. Una de ellas de paso firme y expresión altiva, mirada enfurecida y desafiante, era Ira. La otra, aspecto cansado y cabeza gacha, suspirando entre lágrimas, se trataba de Tristeza. Ambas se miraron y comenzaron a desnudarse, y de la mano, se sumergieron en el lago. No fue evidente para mí hasta pasado un rato, cuando el lago dejó ver la verdadera naturaleza de cada una. La mirada de Tristeza ahora era mucho más determinada y furiosa, y sus movimientos, enérgicos; al contrario que Ira, que se mostraba abatida y melancólica. Parecía como si hubiesen intercambiado sus papeles. Asombrada retrocedí, y continué mi búsqueda, pues Alegría definitivamente no estaba allí. Pensativa sobre lo que había ocurrido, todo cobró sentido en mi cabeza: pues a veces la ira y la tristeza se esconden detrás de disfraces, de máscaras, la ira se hace pasar por tristeza y la tristeza por ira.

  1. Las playas del arte.

Había recordado que ella siempre mencionaba su afán por visitar las playas del arte, unas calas de pura fantasía en las que vivían Creatividad, Imaginación e Ingenio, los cuales habían creado auténticas obras artísticas en ellas. Su fama traspasaba las fronteras de la región, pues en cualquier lugar conocían las maravillas que estos tres personajes habían creado: enormes fortalezas y esculturas hechas de arena, palmeras baillerinas, cuya danza seguía el son de la brisa marina, atardeceres de cálidas y enérgicas pinceladas, mosaicos de corales, y una vibrante sinfonía incompleta en el devenir de las olas… A fin de cuentas, ellos son los responsables de la existencia del arte, y deben hacer alarde de ello. Sin embargo, cuando llegué, la situación era distinta a como había imaginado. Las grandes creaciones estaban ahí, eso es cierto, pero descuidadas, como si desde hace tiempo, nadie se ocupara de ellas. Escuché unas fuertes carcajadas, y vislumbré la costa, donde se encontraban tres personajes disfrutando de un jovial chapuzón. Efectivamente, se trataba de los tres habitantes de estas calas, quienes, en vez de trabajar en el mantenimiento y la conservación de tales obras de arte, se dedicaban a complacerse con un baño. Me pareció decepcionante, pues si algo los caracteriza no es precisamente la pereza. La imaginación siempre está meditando, reflexionando, volando por encima de las nubes más altas; la creatividad, se encuentra siempre dispuesta a aprovechar cada simpleza como inspiración para nuevas obras; y el ingenio, nunca descansa, y trabaja continuamente para alcanzar la mejor versión de sí mismo. Así, mientras me acercaba, uno de ellos me saludó calurosamente y clamó desde lo lejos: “¡Ven! ¡Acércate! ¡Estamos aquí!”.

Al aproximarme, me agasajaron con halagos, preguntas curiosas y simpatía. Realmente te sientes muy cómoda en su compañía.  Me recordaron, en cierto modo, a Alegría. Pasado un rato de conversación, habiendo alcanzado la complicidad suficiente, pregunté por el estado de las creaciones de sus playas. La respuesta vino por parte de Ingenio, rápida, sencilla, y devastadora:

-Muy simple. Ya nadie viene a visitarnos.

-El arte está hecho para compartirlo. Sin público no hay arte, añadió Creatividad.                        

Esa realidad me dejó fría. Nunca hubiese imaginado que algo tan bello pudiese ser tan menospreciado.

-Es cierto, con sólo decirte que eres la segunda que aparece por aquí en años…, anotó Imaginación.

-Espera. ¿La segunda?, pregunté alterada.

-Sí, hace menos de un mes, Alegría se llevó la misma decepción que te has llevado ahora. Se fue tan triste la pobre... Después de aquello, intentamos adecentar la zona de nuevo, pero pasados unos días sin recibir a nadie, tiramos la toalla, respondió Ingenio.

-¿Y no sabréis por casualidad a dónde fue? Necesito encontrarla.

-Sí. Se dirigía a las dunas del olvido. No entiendo por qué, aunque nos pareció descortés preguntar, añadió Imaginación. -Te indicaremos el camino.

  1. Las dunas del olvido.

Estaba completamente aterrada. ¿Las dunas del olvido? Aquel lugar era inmenso. Prácticamente imposible encontrarla allí. Tramos y tramos de colinas de arena, donde el claro designio de quien accedía a ellas, era perderse en el olvido. Era una locura entrar allí. Si seguía los pasos de Alegría, compartiría el mismo destino que ella, y ¿Qué sería del mundo sin mi?, aunque, a la misma vez, ¿Qué soy yo sin la alegría?. No tenía elección. Postrada frente al infinito ondulado de dorada arena, comencé a caminar en línea recta, esperanzada y valiente, decidida afrontar mi destino, fuese cual fuese.

Había caminado grandes distancias, y el tiempo parecía difuso y abstracto. La eternidad comenzaba a parecerme tan cercana... Estaba descubriendo lo que era el olvido. Y dispuesta a rebasar aquel punto de desesperación, cuando estaba perdiendo la fe, olvidándome de mi propia esencia, una solitaria amapola se cruzó en mi camino. Curiosa, me acerqué a la planta preguntándome por la existencia de algo tan vivo, en un medio tan yermo. No pude evitar sentirme identificada, pues así era yo: la luz al final del túnel, el claro en la niebla, la flor en el desierto. Pero mi asombro aumentó al descubrir que la flor no se encontraba sola. Un camino de amapolas cada vez más espeso, se abría hacia el horizonte. Recordé lo que le había ocurrido al prado cuando ella se había marchado, y entendí qué le sucedía al desierto, ahora que había llegado. Las amapolas me llevarían hasta Alegría.

En efecto, allí estaba, sentada en lo alto, observando reflexiva el mar de dunas. Me acerqué, y me senté a su lado. Ella ni me miró. Tan solo continuó su profunda contemplación, a la que ahora, yo también me había unido. Sabía que no podía quebrantar sus pensamientos, así que esperé paciente a que rompiese el silencio, tal y como ocurrió. Al cabo de un rato, aún mirando al infinito, comentó tierna y sosegada:

-No esperaba que vinieras… no esperaba que viniese nadie.

-¿Y qué esperabas? ¿Que permitiese la muerte de tu prado, la de mi bosque? ¿Que perdiese mi identidad, mi labor? ¿Que cayera en el olvido, tal y como tú has decidido hacer? Yo dependo de ti, Alegría. Si tú caes, yo caigo también ¿Esperabas que lo permitiese?, exclamé alterada. Realmente ella no entendía el alcance de sus actos.

-Yo no elegí venir aquí, no tuve otra opción. El mundo era cada vez más y más oscuro. Ahora está gobernado por el sufrimiento, y no puedo hacer nada para evitarlo. Cada día, al despertar, podía ver el dolor y no era capaz de evitarlo. La desesperación, la frustración, la muerte, han sido más fuertes que yo, y han ganado esta batalla. Yo no decidí ser olvidada. Ellos me olvidaron, y por eso estoy aquí.

-No puedes rendirte. No puedes resignarte. Hay que luchar. El mundo pasa por momentos terribles. La humanidad está desconsolada, triste, dolorida.  Por eso, ahora, es cuando más te necesita. Tienes que volver. Enseñarles a todos que hay felicidad a pesar del sufrimiento, hallazgo en la pérdida, y consuelo en el dolor. No existe un mundo sin alegría. No existe un mundo sin ti. Vuelve. Volvamos juntas, y juntas saquemos a la humanidad del dolor, ¿Que sería el mundo sin Alegría? ¿Y que sería el mundo sin Esperanza? Somos el campo de amapolas en el desierto. Somos la vida en lo yermo. Juntas, Alegría. Volvamos juntas.

El silencio se hizo espeso después de mi intervención. Ella continuaba mirando al horizonte y aquellas cavilaciones eran imperturbables. Decidí esperar, tal como lo había hecho antes, y al cabo de un tiempo, Alegría se giró sonriente hacia mí, con la mirada amable que siempre la ha definido, y sentenció nuestra inconclusa conversación:

-Volveré, Esperanza, volveré.                                                                                                                                  



        2º ACCÉSIT: VÍCTOR MADRID ALARCÓN, de 1º de Bachillerato D   

                                                UNA SABIA VOZ                                                                

Era una soleada tarde de otoño en las calles de Toledo. Una ciudad que a lo largo de la historia ha sabido mantener su esencia, que se encuentra conservada en aquellos edificios en los que parece que la noción del tiempo nunca existió.

En una avenida cercana a la famosa catedral vivía un hombre cuarentón, humilde y soñador, llamado Juan. Su vida era algo ajetreada y agobiante. Trabajaba en un pequeño bar de la zona como camarero. Aunque no le disgustaba su oficio, siempre supo que esa no era su vocación, pero no terminó los estudios y pensaba que era una buena forma de subsistir.

Juan solo encontraba su motivación en una única persona, su hija. Él estaba divorciado y la custodia compartida solo le dejaba verla los fines de semana. Por eso pasaba las interminables tardes de los viernes mirando por aquella sucia y antigua ventana con un desagradable olor a cerveza, a la espera de la llegada de su exmujer con su hija, María.

Pero aquella tarde la situación era algo diferente. Era lunes, y él ya había pasado todo el fin de semana junto a su hija por lo que tenía que aguantar toda una semana sin poder ver a aquella niña que él consideraba su pequeño ángel.

El desanimado camarero odiaba los lunes ya que los clientes estaban demasiado arrogantes, y además debía hacer doble jornada.

Tras un largo día de trabajo, por fin llegó a casa. Eran las once de la noche, estaba agotado, pero allí le esperaba su fiel perro Max. A él siempre le habían llamado mucho la atención los animales; además Max era el único ser vivo que se encontraba junto a Juan en aquel pequeño y anticuado piso.

Juan miró los ojos de Max, y dijo:

-          ¿Max, qué es la felicidad? ¿Qué es la alegría?

El fiel animal le miró sorprendido, pensando que su amo se estaba volviendo loco.

Ese silencio que surgió entre ambos provocó una sentida reflexión en el hombre. Aquella pregunta siempre había rondado en su mente, pero en sus cuarenta años de vida, nunca encontró una respuesta clara y concisa. Pues había gente que decía que se basaba en compartir tiempo en familia, otras personas pensaban que el dinero es lo único que te ayuda a cumplir tus metas, y otra porción que creía que no existía respuesta alguna para aquella compleja cuestión.

Juan cansado volvió a mirar a los ojos del canino y le susurró al oído:

-          ¿Me estoy volviendo loco, a que sí?

No obtuvo respuesta, y en aquella vieja cama, se durmió junto a su perro. Era una oscura madrugada y mañana le esperaba un largo día de trabajo.

Amaneció nublado, la brisa entraba por la ventana, y las hojas secas caían de esos árboles que veían como se acercaba el invierno.

Juan se despertó corriendo, se vistió, desayuno rápido, y al cerrar la puerta de su casa, oyó una dulce voz que provenía de las escaleras del edificio.

-          ¿Hola? -preguntó Juan.

-          Oye, joven, -respondió aquella voz- ¿estás ocupado?

El hombre sacó las llaves de la cerradura, y al bajar la mirada descubrió la identidad de la extraña voz. Se trataba de Úrsula, una vieja viuda que vivía en la primera planta. Juan tenía buena relación con la mujer porque alguna vez habían hablado, y coincidían de vez en cuando en el portal del edificio.

Él la saludo y esta le explico que estaba pasando una difícil situación. Ella tenía una grave enfermedad neurodegenerativa que se había agudizado demasiado en los últimos días. Los médicos no eran optimistas, y recomendaban que la mujer permaneciera en casa sin salir. Sus familiares vivían muy lejos por lo que apenas recibía visitas.

Úrsula preguntó a Juan si podía ir a comprar la comida y otras necesidades al supermercado, puesto que ella estaba agotada por la enfermedad y el duro tratamiento por el que estaba pasando. Él accedió puesto que iba a sacar a pasar a Max y todavía le faltaban dos horas para entrar al trabajo.

El hombre volvió con su perro, un par de bolsas bastante cargadas, y el cambio. La mujer se lo agradeció y estuvieron hablando un buen rato. A él siempre le gustaba hablar con personas mayores, perdió a su madre hace diez años y le encantaba las anécdotas que esta contaba.

Ella era muy sabia y conocía muy bien todas las dificultades que la vida pone en el camino. Juan estaba impresionado con las palabras de aquella señora que le hacía recordar a su madre.

-          ¿A que, te dedicas? -preguntó la anciana

-          Soy camarero, en el bar Sánchez -respondió el hombre algo desilusionado

-          ¿Te gusta tu trabajo? -añadió la señora

-          No, del todo. Siempre me hubiera gustado dedicarme a otra cosa, pero mi formación académica no es de lo más favorable -contestó Juan

-          Pues busca lo que quieres y lucha por ello -dijo Úrsula con un tono bastante alto y alegre.

El muchacho le sonrió, y se despidió pues su jefe no permitía que llegará ni un solo minuto tarde.

-          Dios te guarde – concluyó la mujer.

Al acabar la dura jornada, de vuelta a casa, Juan comenzó a reflexionar sobre la conversación que había tenido con aquella mujer. Al principio le irritaba la facilidad con la que la mujer le había dicho que hiciera lo que le gustará, pues pensó que sin estudios y a su edad, no podría hacer lo que realmente le llenaba. Pero siguió pensando y recordó que siempre sintió una gran atracción por el mundo de la poesía. De pequeño su madre le leía aquel famoso poema de Bécquer (“Volverán las oscuras golondrinas”), y de joven hizo algunas pequeñas composiciones. Además, antes de dormir siempre leía un poema de Miguel Hernández.

Nada más llegar a casa, cogió un papel y un boli con poca tinta, y comenzó a escribir.

Pasaron las horas, y el siguió escribiendo; sentía que le gustaba y le llenaba.

Escribió un romance a su hija, una elegía a su fallecida madre y algunos poemas sueltos, mientras Max le miraba asombrado. Parecía que las palabras de aquella señora cobraban sentido, pero la poesía no podía ser más que un pasatiempo en la vida de aquel hombre.

Desde ese día, Juan se levantaba temprano para sacar a Max y a la vuelta siempre iba a visitar a Úrsula. Contaban su día a día, sus vivencias y de vez en cuando él le acompañaba a dar una breve vuelta a la manzana.

Habían entablado una bonita amistad. Él siempre preguntaba acerca de todo tipo de temas a la mujer. Le interesaba saber la opinión de una persona que ha vivido durante tanto tiempo, además las respuestas de Úrsula nunca le dejaban indiferente.

Las semanas pasaron, y cada vez hablaban más. Juan le enseñaba la poesía que iba componiendo por las noches y esta, siempre le daba algunos consejos, puesto que ella también leía bastante. En una de sus conversaciones, el muchacho harto de su indignante trabajo le preguntó a la mujer:

-          ¿Qué es la alegría? ¿Qué es la felicidad?

La mujer le sonrió.

Juan necesitaba una respuesta, no podía quedarse sin la opinión de aquella sabia anciana acerca de aquella pregunta que desde siempre le había estado atormentado, e insistió. A lo que ella respondió:

-          Es una respuesta algo larga para responderla ahora. Y vas a llegar tarde al trabajo.

Al día siguiente, el hombre a pesar de estar cansado de tanto trabajo y tras una larga noche escribiendo poesía, fue bastante animado a llamar al timbre de Úrsula, pues hoy era viernes e iba poder traer a su hija a casa, además había estado esperando con ansia la respuesta de la señora.

Juan llamó, pero nadie abría, lo intentó unas veces más pero no obtuvo respuesta. Sacó a pesar al perro y fue rápidamente a por otra dura jornada de trabajo en aquel bar donde las horas pasaban lentas.

La tarde acabó y recogió a su querida hija, pero seguía confuso y pensaba: ¿Dónde está, Úrsula?

Al subir las escaleras en dirección a su casa, le detuvo un hombre esbelto.

Era el hijo pequeño de Úrsula.

-          Buenas tardes, soy Adrián, mi madre me habló de ti, esta madrugada se la llevaron al hospital por una parada cardiorrespiratoria y está muy grave. Estoy destrozado, pero me consuela saber que le hiciste compañía durante sus últimos días y te tenía mucho cariño. Además, dejó esta carta para ti.

Juan estaba en shock, se quedó pálido y abrió la carta, que contenía el siguiente mensaje:

No me encuentro bien, no sé si ha llegado mi hora. Te agradezco la simpatía con la que me has tratado, veo que eres joven y todavía tienes mucho que aprender.

La respuesta a la pregunta que me hiciste ayer es bastante sencilla. ¿Qué es la alegría? ¿Qué es la felicidad? Primero has de preguntarte quién eres, qué es lo que realmente quieres y por último porqué lo quieres. A partir de ahí lucha por ello, y no dejes que nadie te impida hacerlo puesto que cada uno busca su propia alegría en un lugar diferente.

Ayer me leíste una de tus tantas poesías. Sigue haciendo lo que realmente amas, y encuéntrate. Una vez lo hayas hecho, la pregunta de la que me hablaste te parecerá absurda.

Por último, quiero dejarte esta frase por si no nos volvemos a ver:

“No es más dichoso aquel que encuentra todo, sino aquel que encuentra lo que realmente deseaba encontrar.”

Escribe tu propia historia.

Tu vecina, Úrsula

Juan entre lágrimas cerró la carta y abrazó a su hija.

El anochecer oscureció las calles de la ciudad imperial.



miércoles, 13 de enero de 2021

¡ATENCIÓN, ALUMNOS Y ALUMNAS!

 Se informa a todos los alumnos y alumnas del centro de que el plazo de entrega de relatos para el CERTAMEN LITERARIO DEL IES ALJADA se amplía hasta el próximo 25 de enero. Si tienes dudas sobre cómo participar, pregunta a tu profesora de Lengua.

 ¡Ánimo, esperamos vuestras historias!