Si siguiera vivo, el pasado 17 de octubre habríamos felicitado a Miguel Delibes por cumplir 100 años. No es así, pero afortunadamente el escritor sigue vivo en las historias y personajes que creó. El legado literario de este escritor vallisoletano es impresionante: más de 50 novelas en las que el autor muestra unas dotes excepcionales para captar ambientes y personajes con una prosa rica en vocabulario y en registros y unas técnicas narrativas innovadoras que contribuyeron a la revitalización de la novela española durante el siglo XX. Todas sus obras, desde la primera (La sombra del ciprés es alargada) hasta la última (El hereje) encierran un profundo humanismo y una sincera empatía ante las injusticias y egoísmos. Especial relevancia en su obra tienen las historias que transcurren en el mundo rural (El camino, Las ratas, Los santos inocentes...), en las que Delibes vuelca su conocimiento de la tierra y sus gentes.
La celebración de esta efeméride es una oportunidad estupenda para empezar a conocer o ampliar el conocimiento del universo Delibes. Para que os animéis a su lectura aquí van algunas recomendaciones:
¿y qué me dices de tu cuñado, Paco, ese retrasado, el de la granja? Tú me dijiste una vez que con el palomo podía dar juego, y Paco, el Bajo, ladeó la cabeza,
el Azarías es inocente, pero pruebe, mire, por probar nada se pierde,
volvió los ojos hacia la fila de casitas molineras, todas gemelas, con el emparrado sobre cada una de las puertas, y voceó,
¡Azarías!
y, al cabo de un rato, se personó el Azarías, el pantalón por las corvas, la sonrisa babeante, masticando la nada, …
El Nini siguió avanzando por la calleja solitaria, arrimado a las casas para eludir el lodazal. Restregaba la moneda que portaba en la mano contra los muros de adobe y al llegar a la primera esquina examinó el brillo nacido en el borde con pueril fruición. El barrizal era allí más espeso, pero el niño lo atravesó sin vacilar, sumergiendo sus pies desnudos en el cieno entreverado de estiércol y escíbalos caprinos, en la pestilente agua estancada de los relejes. Cruzó el pueblo y antes de divisar los establos del Poderoso oyó la voz caliente de Rabino Chico charlando con las vacas. El Rabino Chico estaba al servicio del Poderoso y tenía fama de comprender el lenguaje de los animales.
El Rabino Grande, el Pastor, y el Rabino Chico, el Vaquero del Poderoso, eran hijos del Viejo Rabino, el que, al decir de don Eustasio de la Piedra, el Profesor, era una prueba viva de que el hombre provenía del mono. En efecto, el Viejo Rabino tenía dos vértebras coxígeas de más, a la manera de un rabo truncado, y el cuerpo cubierto de un vello negro y espeso, y cuando se cansaba de andar sobre los pies podía hacerlo fácilmente sobre las manos. Por todo ello, don Eustasio de la Piedra le invitó por San Quinciano, allá por el año 33, a un Congreso Internacional, sin otra mira que demostrar ante sus colegas que el hombre descendía del mono y que aún era posible encontrar ejemplares a mitad de la evolución. Después de aquello, don Eustasio le llamaba a la capital cada vez que recibía una visita de cumplido y le hacía desnudar y dar vueltas sobre las manos, muy despacito, encima de una mesa. Al principio, el Viejo Rabino sentía vergüenza, pero pronto se habituó e incluso permitía que don Eustasio, que era un sabio, le tentara las dos vértebras coxígeas sin inmutarse. A partir de entonces, cada vez que un forastero mostraba interés por su particularidad, el Viejo Rabino se soltaba la pretina y se la enseñaba.